De entre las muchas cosas que conforman la memoria de nuestra infancia y primera juventud, amigos y compañeros de escuela, maestros, aquel vecino con el que se genera una empatia especial, fiestas locales... está, con una especial significación, el paisaje. Ese paisaje cotidiano al que no damos importancia hasta que un día, por las suertes del destino, deja de ser presente en nuestras vidas. Entonces toma una importancia vital en nuestros recuerdos más gratos. Es en lo primero que nos fijamos al regresar. En mi caso se trata de una montaña singular. Estos días más presente aún, por el comentario de un nuevo bloger que ha entrado a formar parte de mi geografía lectora diaria. Llamada la Masera, comienza a ser visible mucho antes de llegar a casa, es la clara referencia de estar en territorio conocido y añorado. Solo los que dejamos alguna vez nuestro paisaje cotidiano, somos conscientes de lo mucho que se añora. Aquí está, tejón, la Masera desde la otra vertiente. Gracias por recordarmerla.
Y para seguir en la línea de tu propuesta y como he intuido que eres "hombre de mar", una de piratas.
5 comentarios:
Muy buena la repuesta Fermin, espero no haberte puesto muy nostalgico.Yo siempre he llevado muy mal estar lejos de la "tierruca".
Un saludo.
Aunque te desplaces a otros lugares por el motivo que sea, las raíces siempre quedan donde nacieron. ¡Saludos!
Las raices son muy poderosas.
Es como si la llevaras en tus genes, siempre me ha parecido muy curioso, aún no he conocido el primero que no extrañe su terruño.
Un saludo.
Supongo que para ti será un lugar especial, pero es cierto que a la vista ajena no dice nada. Hay rincones que nos traen muy buenos recuerdos, por muy 'normales' que parezcan a los demás. Besotes!!
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